Cuando tenía 8-9 años y recién comenzaba en el mundo de la escultura, me desconcertaba la sensación de inacabado del material, plastilina, que utilizaba. En aquella época la superficie resultaba un tanto pegajosa y apenas me permitía dar una sensación de tersura, de piel, ya que buscaba crear cabezas humanas.

Cuando comencé con la arcilla, con el sencillo y maravilloso barro, todo cambió; con él pude llegar al mundo de las texturas, esas pieles mágicas que me permitieron crear en arcilla, árboles , montañas, agua, hasta las más sutiles fibras de la madera.

Desde entonces, la piel de mis esculturas, ha ido tomando una relevancia especial, porque no es un simple acabado en las esculturas metálicas, un pulido en piedra o madera, sino, sencillamente un universo nuevo. Uno de los medios que mejor me permiten crear la unidad, la coherencia a la hora de intervenir en un espacio, grande o pequeño reside, justamente, en el acabado de la escultura.

Desde mi punto de vista, la escultura no es un objeto decorativo, es algo que tiene vida propia y con su personalidad, proporción, materiales y formas, nos permite la materialización de un sentir espacial con una identidad única.

Antes podíamos tener un jardín, un bosque, el hall de un hotel, una plaza, y miles de posibilidades más, pero después de la introducción de la escultura, mi trabajo como creador, permite convertir espacios físicos en emocionales, incluso podría decir, espirituales, ya que movilizan algo, en el ser humano que observa y percibe estos nuevos entornos, que va más allá de lo tangible y lo físico.

Como escultor, siempre me cuestioné si podríamos introducir en un entorno natural, un frío acabado industrial y me di cuenta de que, sencillamente, no podemos. De la misma manera que no podemos introducir una piel viva en el espacio interior de un edificio de cemento y cristal, porque se moriría de hambre y frío.

Entonces, ante tal descubrimiento volví a cuestionarme si realmente una escultura, de gélido metal y abstracta, podría ser un ser vivo creador de universos. ¡Sin duda que sí! me respondí, y una de las claves para ello, ha sido sin duda, la piel de la escultura.

Antes de realizar una “commission”, obra escultórica realizada para un espacio específico y un cliente concreto, que siempre ha de ser única, original y exclusiva, me gusta conversar con el propietario, conocer cómo piensa y siente con respecto al lugar de intervención y sobre todo: “Qué es lo quiere, busca o sueña con tener o crear en ese lugar”.

A partir de ese intercambio de palabras y sentimientos, mis sentidos, mi caos creativo y toda mi vida, se centran en la co-creación de la escultura, junto con el espacio físico elegido. Ese diálogo interno con el entorno, me permite, crear un mundo sensitivo, artístico, emocional, nuevo; lleno de mil detalles, de mil coherencias que permitan al cliente, al usuario, ir descubriendo ese universo, original , en el que va a vivir parte de su vida.

Uno de los ejemplos más impactantes de estas ideas, de ese intercambio y del concepto: piel de la escultura, ha sido la creación de la intervención: ”Aire de Fuego” para un espacio privado en la ciudad francesa de Burdeos.
Partimos desde un entorno semi-urbano con algunas construcciones de baja altura, y allí, el lugar elegido, rodeado de hermosos árboles de hoja caduca de unos 5-8 m de altura, nos sugiere un pequeño recinto sagrado de protección anímica de la Obra.

El punto elegido para la instalación de la escultura, es un pequeño circulo entre los árboles, sembrado de verde césped; La zona goza de abundante lluvia y viento, (dato importante ya que este elemento es el que va a definir la forma , dimensiones y peso de la escultura).

La escultura será impulsada por el viento y por esto, se dota a la obra de 5,30 m de altura, de una plataforma de acero corten, en forma de estrella, para generar transparencia con la masa de hierba. Junto a ello, un robusto y discreto sistema de giro nos facilita el movimiento, pero la clave de su mimetización con ese entorno no está en la forma sutil, aérea de la escultura que apenas toca la masa que la enmarca, un acero de 8 mm de grosor; sino que el misterio , el secreto , está en su acabado, en la piel de la escultura.

Después de muchas pruebas con diferentes acabados de texturas, y siempre huyendo de un acabado pulido o fabricado a pistola que le daría un aire gélido e impersonal a la obra, tuvimos que comenzar a navegar en las turbias aguas de las posibles huellas que los diversos tipos de rodillos nos podrían aportar.

Tras varios intentos, se hizo la magia, y apareció un rodillo que dejaba una marca, como si el acabado fuese la piel de una maravillosa alfombra de arte oriental, hecha a mano; se define por su textura y sobre todo, por algún pequeño defecto, que la hace única. Como debía ser la escultura y lo son todas mis intervenciones artísticas… únicas.

Entonces lo supe, debía dotar a esta escultura, de algo más que la hiciera exclusiva y especial, debía darle una “perfecta imperfección” pero como no podría surgir de su construcción, donde se usa el corte perfecto del rayo láser y soldaduras de alta seguridad que le dan una precisión inigualable; ni tampoco del montaje o construcción, sólo podía crearlo en la textura que la cubre, en la piel misma de la escultura.

A partir de encontrar el concepto que la mimetizase con su entorno natural, todo fue fácil. La pinté personalmente, como todas mis esculturas y fui creando pequeñas imperfecciones meditadas, que no se aprecian cuando se ve la pieza en conjunto pero que con una mirada concentrada se pueden descubrir. Cosas tan sencillas como una pasada doble del rodillo que nos da un capa más gruesa de textura y que nos permiten, al observar la escultura monumental terminada en ese entorno de naturaleza, entender su vida.

Sus imperfecciones perfectas, nos hablan del bioespacio, de la cohesión con la naturaleza, de su comunicación con los árboles, identificándose con ellos como si siempre hubiera estado allí. Un mundo lleno de vida.

Y para culminar la magia con el espacio que la rodea, uno debe entrar en la escultura, mirar al cielo a través de sus arcos ojivales, que homenajean al arte gótico, que “soportan el cielo”. Junto a los elementos en forma de velas de barco, en honor al viento y su fuerza para impulsar los navíos. Uno y mil detalles que nos hacen sentirnos vivos al navegar por los mil vericuetos de la escultura… un universo en donde, sin darnos cuenta, la piel de la escultura nos integra en la imperfecta perfección de la vida, el frío acero cobra vida y da vida, a ese entorno. Un diálogo entre lo masculino y femenino, entre lo profano y lo sagrado, un universo bello y único, en equilibrio dinámico.

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